El diseñador más carismático de principios de los 90s vería hoy hace diecisiete años su último verano, su apellido constituye una leyenda en sí misma y un imaginario creativo tan potente como escandaloso que le sobrevive a su muerte. Fetiches, horror vacui, sexo (a por mayor) y empoderamiento.
Por. Fernando Aguileta de la Garza
@feragarza
Andy Warhol, "Gianni Versace", 1980.
La muerte de Gianni Versace representa el punto de inflexión en el prisma con el que la moda había sido objeto de veneración y secretismo a través de las últimas décadas. La muerte de Gianni representó una radiografía brutal a los entresijos de la moda.
Si reflexionamos años atrás los diseñadores no eran considerados objetivos mediáticos globales a tiempo completo, nunca llegaban a encarnarse como sujetos de tabloide.
Las prendas, por otro lado, eran las que por razones evidentes debían sufrir dicha catarsis de amor-odio y aceptar sin reproche, el juicio final del "buen gusto" (aunque Gianni no creyera en el). Aquí léase y trátese de una periodista, un comprador o una señora rica con mucho que gastar y más por seducir.
La moda moría joven; los diseñadores no.
Gianni Versace, asesinado en la vía pública a quemarropa bajo la mirada consternada del mundo, incluso ajena a la moda. La noticia se esparció de Miami a Milano y de ahí a todos los televisores, periódicos y radiodifusoras. El primero en niveles de notoriedad y ansiedad colectiva, el segundo en su género si mencionamos a Ossie Clark.
Bondage Collection, 1992.
La prensa amarilla, el melodrama, el culpable, el crimen, la dinastía, de Lady Di a Elton John. Versace en estado puro, barroquismos sin contención y sangre latina. Gianni murió en el centro, a los pies de la medusa, entre pasteles art decó y vulgares luces de neón.
El mundo sufría una gran pérdida, hoy seguimos sin recuperarnos.
Versace era mucho, lo dejó siempre muy claro.